viernes, 8 de enero de 2010

CUENTOS

“COLORIN COLORADO ESTE CUENTO SE ME HA OLVIDADO”



Mª Carmen Rodríguez Molero

-Mamá, cuéntame un cuento.

-Érase una vez...

-Mamá, ¿por qué siempre me cuentas cuentos que ya “no son”?. Yo quiero que me cuentes un cuento de ahora.

-Pero hija es que los cuentos que yo me sé son los cuentos de toda la vida, los cuentos clásicos, de los hermanos Grimm, de Hans Chistian Andersen, de Charles Perrault, etc.

-Bueno cuéntame el que tú quieras, pero a ver si te aprendes uno nuevo.



Así fue como la mamá de Lidia le contó a su hija el cuento de “Los tres Cerditos”, o fue el de “Blancanieves y los siete enanitos”, o el de “Peter Pan”, que más da, el caso es que después de contar el cuento le dio un beso en la mejilla y la dejó dormir... Bueno, es un decir, porque Lidia no estaba dormida, había cerrado los ojos para que su mamá no se inquietara.

A Lidia le habían dicho sus amigos del colegio que si seguía escuchando cuentos, nunca se iba a hacer mayor, y para ella era muy importante hacerse mayor, era lo que más deseaba.

Lidia aún sentía el tacto de los labios de su madre en la mejilla, cuando oyó una voz muy suave que le susurraba:

-Niña, ¿por qué no te gustan los cuentos?

La pequeña muy sobresaltada, abrió los ojos y vio cómo una lucecilla aleteaba delante de su cara, pensó que estaba soñando, luego creyó que había una luciérnaga en su habitación, pero no, no era nada de eso.

-Te he hecho una pregunta, pequeña, ¿por qué no te gustan los cuentos?



Ahora sí, ahora Lidia comprendió lo que allí pasaba. De tantas veces que su madre le había repetido las mismas historias fantásticas, en las que los animales hablaban, los lobos siempre eran vencidos, las hadas madrinas lo solucionaban todo con su varita mágica y las brujas hacían ungüentos milagrosos para hacer daño a los protagonistas, que siempre eran buenos, era lógico que sus ojos imaginaran a pequeñas hadas revoloteando alrededor de su cama.

Tuvo que cambiar de idea, porque allí había algo real, le estaba haciendo cosquillas en la nariz y no paraba de tirarle de los pelos.

-¡Ma...!, quiso llamar Lidia a su mamá, pero el hada voladora se lo impidió tapándole la boca con sus diminutas manos.

-Lidia –dijo el hada – no grites, no te voy a hacer daño, soy un hada buena, sólo quiero hablar un momento contigo.

Lidia se tranquilizó al ver la dulzura que desprendían los ojos y las palabras de aquel fantástico ser, y como por arte de magia, todos los buenos momentos que le habían hecho sentir los personajes de los cuentos, pasaron por su mente.

-¿Cómo te llamas? –preguntó la pequeña.

-Me llamo Aladelbosque o Lindaflor o Petaloazul o Amigadetodos..., en fin, puedes elegir tú el nombre que quieras darme, ya que soy el hada que hace realidad los deseos.

-Hada.

-Me parece magnífico ese nombre, Lidia.

-¿Por qué has venido a verme?

-En el país de los cuentos estamos muy, pero que muy preocupados por lo que has dicho esta noche a tu madre –explicó el hada.

-Pero si yo no he dicho nada malo.

-Para nosotros sí que has dicho algo muy, pero que muy, pero que muy requetemuy preocupante –insistió el Hada mientras movía su varita mágica de un lado a otro.

-Vosotros dices, y ¿quiénes sois vosotros? –preguntó Lidia con el ceño fruncido.

-Somos los habitantes del país de los cuentos, o sea, las hadas, las brujas, los lobos, los cerditos, los niños y las niñas que son abandonados en el bosque, los cabritillos, las princesas y los príncipes, los Ogros y todos los personajes que tan bien conoces gracias a que tienes unos padres estupendos. Estamos muy preocupados porque si a los niños y las niñas, del país de los niños y las niñas, a los que tanto queremos dejan de gustarles los cuentos para los que fuimos creados, entonces desapareceremos –explicó el Hada a Lidia impulsándose hacia arriba con el aleteo de sus alas.

-Pero si los personajes de los cuentos no existís, sois como los actores de las películas, que cuando les dan un tiro, la sangre que sale es tomate frito y nunca se mueren –dijo Lidia con gesto pensativo..

-Entonces ¿con quién hablas Lidia, acaso has perdido la razón y hablas sola? –preguntó el hada.

-No, pero es que aunque fueras real, las hadas no tienen este tipo de conversaciones con las niñas, ellas se dedican a hacer que se cumplan deseos o que ocurran cosas imposibles.

-Ya lo sé Lidia, pero es que las niñas y los niños tampoco se cansan de oír cuentos y tú has dicho que estas harta de nuestras historias, por eso yo tengo que convencerte de que son necesarias.

El Hada no conocía una forma mejor de convencer a la niña que contarle una historia:

“Hubo un día en que la Reina de un País ordenó a todos sus Ministros y Ministras que mandaran a sus ayudantes a todas las bibliotecas, librerías, quioscos y a todas las habitaciones de los habitantes pequeños y pequeñas que sabían leer, para que quemaran todos los cuentos que encontraran. Ella creía que los jóvenes de su reino se habían vuelto muy sensibles de tanto oír historias fantásticas. Y dicho y hecho, sus ayudantes eran tan eficaces que en menos de un plis – plas todos lo cuentos del país fueron destruidos.

Con el paso de los años, los cuentos, al no poder ser leídos, se les olvidaron a los papás y a las mamás de los seres pequeños de este lugar tan singular, por lo que, en pocos años ya no había nadie que recordara los cuentos de siempre. La reina se sentía muy orgullosa, consiguió destruir aquello que ella consideraba que hacía perder el tiempo a quién lo leía o lo contaba.

Pero lo que no podía imaginar es que los problemas fueron en aumento desde ese día. Los maestros y las maestras no lograron que los pequeñitos del colegio se aprendieran el número 3 porque no sabían el cuento de “Los tres cerditos”, tampoco el número 7, también se les había olvidado el cuento de “Los siete cabritillos”; si no había “Caperucita roja” ¿cómo explicarles el color rojo o la diferencia entre corto y largo?

En ese país no eran los docentes los únicos que tenían problemas. Los policías tenían las mayores dificultades porque de tanto ver la televisión, en la que como no sabían los cuentos de siempre, sólo transmitían dibujos animados como “Shan Chin Chon”, los habitantes pequeños de aquel país, se estaban volviendo tan violentos, tan groseros, que cuando eran adolescentes se peleaban entre ellos y no respetaban a las personas mayores”



-Nos sigas Hada contándome esa historia –interrumpió Lidia mientras se secaba las lágrimas.

Y sin decir ni una palabra más, la pequeña salió corriendo:

-Papá, mamá, ¿seguís aún despiertos? Por favor, contadme un cuento, no, mejor dos cuentos, cuatro cuentos. No quiero que nunca dejéis de contarme historias...

Jaén, cinco de junio de 2009