EL CONTACTO
M.Carmen Rodríguez Molero
Roberto ha muerto. Sumisos a la costumbre, la fila de indolentes pasan delante de la viuda. Todos repiten: te acompaño en el sentimiento. Trini vestida de negro y con los ojos ocultos tras unas gafas oscuras ha acudido a la cita sin maquillaje, sus labios impasibles responden gracias una y otra vez, mientras sus manos se aferran al contacto de un móvil, que guarda un mensaje que él no envió.
Los amigos que compartían con ellos las tardes de los domingos, al final de la fila, alaban las virtudes del difunto. Mila inquieta abandona el grupo, anda sin sombra entre la hilera de tumbas que lucen ramos de margaritas mustias, como mustia está la viuda, hace dos años que Roberto sòlo le daba las caricias que a Mila sobraban. El mármol blanco de las lápidas la ciega como cegaba él sus sentidos. La voz de Manuel la devuelve a la realidad.
-Mila, ¿qué te pasa? Estás amarilla.
-Es el calor – responde a su marido.
Mila vuuelve a la fila, diez personas y estará frente a la viuda:
-Lo siento – le dice al acercar su mejilla a la de su amiga.
-No puedes imaginar cómo sufro – le dice Trini mientras traslada el móvil de una mano a la otra con movimientos compulsivos.
Mila siente el sol en su cabeza, le quema, como ayer le quemaban los besos que le dio Roberto al despedirse en el ascensor, antes de embriagarse con la última mirada en el hall del hotel. Con el perfume de su cuerpo en su cuerpo, arrancó su moto, después de redactar el mensaje que luego le enviaría, y en la primera curva que lo alejó de ella, dijo adiós a la vida.
-Las tardes de los domingos nunca serán como antes – dice Manuel a Trini.
Las tarde de los domingos ya no serán como antes, Mila no tendrá que esconder sus gritos cuando se ofrecía voluntaria para preparar las copas y entre hielo y hielo derretía su cuerpo al fundirlo con el de Roberto en un improvisado rincón. Ya no tendrá que buscar en su armario el vestido más ajustado, ni los tacones más altos para estar cerca de su pecho y sentir el pálpitar de su corazón.
Tras despedirse bajo el arco que cubre la puerta del cementerio, los amigos quedan para verse el domingo por la tarde, esta vez en casa de Mila y Manuel. Todos acuden a la cita, excepto la viuda. Hoy no cuentan chistes, hoy sólo beben y callan, y entre silencio y silencio hablan de Roberto.
Mila sentada en un rincón, con sus ojos azules coronados de rojo, saca del dedo su anillo de casada y lo vuelve a meter, no oye a sus amigos, hoy no preparará las copas. El tono de su móvil la saca de su ensimismamiento, es la canción de Ramoncín que le trae un recuerdo imposible:
“…no puedo dejar de querer,
no quiero cambiarte por nada,
gritaré hasta que no salga el sol,
moriré si no estás a mi lado”
En la pantalla el nombre del contacto que le envía el mensaje: Roberto.
Jaén, diez de mayo de 2009
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