jueves, 26 de noviembre de 2009

VIDAS

VIDAS


M. Carmen Rodríguez Molero


Cinco veces el olor a vida penetró en mi cuerpo y cinco veces el olor a muerte salió de él. Paseo al ritmo que me imponen las olas bajo un cielo que dibuja telarañas de nubes, tan grises que empantanan el reflejo de la luna. Como el vaivén del mar los momentos de felicidad con Javier se desvanecen, borrados por la rutina que decolora mi vida. Me alejo del murmullo de la gente. Las palmeras acunadas por el viento me brindan su abrazo y alfombran mi camino con sus frutos caídos, yo los esquivo. Me adentro en la arena húmeda de la playa, con mis pies descalzos percibo el líquido que reconforta con un escalofrío mi cuerpo. Mi mirada enfoca una pareja que caldea el frío con sus caricias, mis abrazos con Javier se apagaron en pozos negros. Una estrella de mar se ha posado en mi pie, acaricio sus cinco puntas viscosas, huele a mar. Devuelvo la estrella a la vida y froto mi cuerpo con mis manos teñidas de azar. Las rocas rompen la línea recta que guía mis pasos, buscó un pequeño recodo en ellas, escaló y vuelvo a bajar. La quietud del mar provoca un silencio pastoso interrumpido por un suspiro que alerta mis sentidos, giro mi cuerpo y diviso un cuerpo inquieto, me acercó a una mujer acurrucada que temblando de frío enmascara las convulsiones de su cuerpo, mientras con sus brazos empuja su vientre. Acaricio su rostro tenue y su cuerpo húmedo, las aguas han roto. Una pequeña color azabache se acuna en mis brazos, la fusiono en el pecho de su madre que languidece con una sonrisa en los labios, su última palabra: ¡cuídala!. Cierro los ojos inertes de la madre y me dejo hipnotizar por los ojos de la niña.

En casa, le regalo los cuidados reservados para los hijos que acune en mi imaginación. Acaricio los deditos de sus pies, los deditos de sus manos… Un portazo violenta los mimos, es Javier que vuelve a casa, deja su maleta en el pasillo y continúa la caricia que prolonga los dedos de la pequeña en los míos.

-He vuelto, una estrella me ha indicado el camino.

No oigo sus palabras, huele a tierra, retiro mi mano y cojo su maleta para devolverla al rellano, dejo la puerta abierta.

-No es tuya debes devolverla – me dice antes de salir.

Mi niña huele a mar y el mar no tiene dueño.



Jaén, cuatro de abril de 2009

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